Dominguito tranquilo. De esos que uno no come en la calle pero tampoco quiere ponerse a cocinar. ¿Qué tal unos papelones de pescaíto frito? Eso siempre es un acierto. Que si unos choquitos, cazón en adobo, croquetas, unas aceitunas y las siempre agradecidas patatas. Tengo la suerte de vivir en pleno centro de Cádiz y eso me anima a acercarme a la Freiduría Las Flores en la plaza de Topete. Nada más llegar advierto una enorme cola de gente esperando mesa. Bueno, a mí eso no me afecta porque voy a pedir para llevar. Sin embargo cuando me dispongo a sacar el número para saber mi turno no doy crédito. Miro varias veces mi número y el marcador que tienen colgado en la pared. Observo cómo decenas de guiris y de gente del resto de la península se alimentan durante la espera de ese inconfundible olor que sale del freídor tan nuestro. Y caigo en la cuenta que con el olor me voy a tener que conformar ¿Cincuenta números de espera? Estamos hablando de unos cuarenta y cinco minutos como poco. Yo me alegro de que las cosas le funcionen así de bien pero por razones obvias abortamos plan y buscamos otra alternativa.
Sin embargo el antojo continúa rulándome el resto de la semana. Al domingo siguiente vuelvo a intentarlo yendo a comprar sobre la una y media. Cojo el número de nuevo y veo el 36 que me ha tocado. No es un número muy alto. Menos mal. ¡Cuál es mi sorpresa cuando al mirar al marcador veo que va por el 56! ¿¿En serio tengo que esperar cerca de setenta números para llegar al mío?? Pretendo almorzar. No merendar. Un hombre me mira exclamando: «Yo llevo el 9. Llevo aquí media hora y solo han avanzado unos diez«. Me rasco la cabeza asumiendo que de nuevo el pescaíto deberá esperar.
Reconociendo que el turismo es un gran invento y más en una ciudad como ésta sin muchas más alternativas, no puedo evitar pensar que lo mismo que nos da nos quita. Habrá dado más vida a la hostelería en Cádiz de la que comen muchos gaditanos y ventas a algunos negocios de esos que sobreviven todavía pero también ha hecho que por su mala gestión muchos gaditanos se hayan tenido que ir de nuestra ciudad incapaces de encontrar un techo bajo el que vivir ante tanto piso turístico o encontrar un trabajo con algo más de ambición que la de poner copas o ser camarero. La burbuja de esa nueva fuente de ingresos llamado turismo se ha apropiado de nuestras casas, nuestras calles y ahora de los comercios de siempre. Ha ido transformando la ciudad y me temo no cejará hasta que sea totalmente irreconocible.
@ManoloDevesa