Las noches que sí viví

Cuando hace unos años decidí comenzar a novelar la vida de Paco Alba lo hice llevado probablemente por las historias que siempre había escuchado en torno a él. La de un niño que llegaba de Conil y se enamoraba de Cádiz hasta el punto de hacerse con un nombre que hoy, 47 años después, se sigue recordando. La de un trabajador sin muchos estudios pero con una elegancia y sencillez a la hora de escribir que le valieron no solo para crear un estilo, si no una modalidad. Ésa por la que pasarían a lo largo del tiempo grandes nombres de nuestra fiesta. Unos con más fuerza que otros. Entre ellos él. Al igual que Paco, Juan Carlos ya había despuntado con la chirigota cuando en un giro de guión decidía pasarse a la comparsa. La fiesta perdía a un enorme chirigotero pero ganaba un autor de comparsas de valor incalculable. Su intensa y personal manera de escribir lo hacían diferenciarse del resto en un concurso cada vez con más clones.

Cuando aquel 17 de mayo la vida nos robaba una de las plumas más significativas de nuestro carnaval, no pude evitar acordarme de nuevo de Paco cuya vida también se acortaba pasado el medio siglo de vida. Juan Carlos Aragón fallecía de forma precipitada dejando no solo huérfanos a sus innumerables seguidores y a la fiesta en general sino un reguero de esas historias que con el tiempo y al igual que ocurre con El Brujo pasan a formar parte de las vivencias y leyendas de un carnaval que nunca más volverá. Porque si una vez me contaron la noche en que Paco Alba lloró vestido de “Estampas Goyescas”, cuando presentó su chirigota y el jurado la convirtió en comparsa o cuando cantó por primera vez “El Vaporcito», yo mismo viví aquella vez que “El Credo” se escuchó en medio del popurrí en un Falla totalmente entregado o cuando un grupo de jóvenes hippies se tiraron al suelo para cantarle a Andalucía. Yo me indigné con La Sereníssima con la misma fuerza que luego la admiré.

Hoy hace cinco años que Juan Carlos ya no está entre nosotros aunque sus coplas nunca nos vayan a abandonar. Y no puedo evitar sentir nostalgia de un tiempo en el que el concurso era capaz de generar algo que hace tiempo me temo que no lo hace: ilusión. Ganas de dejarte sorprender como aquellos Condenaos, Millonarios o Mafiosos lo hicieron. Emocionarte o mejor aún pararte a pensar con alguna copla que sea algo más que una letra hecha para competir. Y sufrir cuando el nivel de comparsas estaba tan igualado que no se sabía quién se merecía más ganar.

Deja un comentario