Llevo tiempo queriéndoles hablar del momento tan complicado por el que pasa nuestro país a consecuencia del polémico acuerdo al que han llegado PSOE y Junts Per Catalunya y que se traduce en una amnistía que se aplicará «tanto a los responsables como a los ciudadanos que, antes y después de la consulta de 2014 y del referéndum de 2017, han sido objeto de decisiones o procesos judiciales vinculados a estos eventos«. Lo hace, dice Sánchez, «en el nombre de España, en el interés de España, en defensa de la convivencia entre españoles«. Ya saben, el cobeo del político a la hora de tomar decisiones que saben son difíciles de asumir. Le pasa a Sánchez y a cada uno de los de este país.
La desaparición del bipartidismo y sus mayorías absolutas nos han llevado a una serie de pactos que, como todo en la vida, tienen un precio. Un cambio de cromos, para que me entiendan, que a veces consiste en la concesión de carteras en el Gobierno, más dinero para la comunidad con la que toque pactar si hablamos de partidos nacionalistas o directamente nuevas leyes. Las últimas elecciones nos han empujado a una serie de pactos que tanto en un lado como en otro a mí al menos me parecen terroríficos. Porque uno puede llegar a acuerdos para gobernar como ha ocurrido incluso cuando en pleno bipartidismo no se llegaba a una mayoría absoluta. Recuerden si no los pactos que unieron en su día tanto a Felipe González como a Aznar con Jordi Pujol. Sin embargo en la actualidad y como ocurre con esa cesta de la compra de la que ninguno de ellos se preocupa, los precios de esos pactos han ido subiendo cada vez más.
A mí del pacto entre Junts y PSOE no es la amnistía en sí lo que más me indigna. Si no la prepotencia con la que se pide. Un partido que no es ni de lejos la fuerza más votada en Cataluña, sino la quinta, poniendo sus altas condiciones para que España pueda tener Gobierno. Y además poco menos que amenazando con que para avanzar «Sánchez tendrá que ganarse su confianza cada día». ¡El futuro de España en manos de un prófugo de la justicia! Sin embargo en esto y lamentándolo mucho puede que Puigdemont tenga hasta razón. Decía Felipe González hace unos días que los gobiernos «tienen que ofrecer previsibilidad en su comportamiento para generar seguridad jurídica y confianza». El ex presidente lleva ahí toda la razón. Porque aun reconociendo que la pérdida de las mayorías absolutas les obliga a tener que pactar con diferentes partidos con los que habrá que hacer frente a sus diferencias, un presidente no puede desdecirse cada tres semanas porque al final lo que transmite es desconfianza. ¿Con qué seguridad podemos dar nuestro voto a un político que cambia su discurso cada dos por tres? Creo que junto a la corrupción, es el mayor de los males de un político.
Sin embargo y viendo estos días las diferentes manifestaciones que se hacen contra la amnistía frente a la sede del PSOE en Ferraz lo que veo me asusta incluso más. ¿Queremos de verdad una España que siga cantando el Cara al Sol, gritando «Viva Franco» y que piense que la Constitución destruye a la nación? Por mucho que sean solo cuatro ultras dispuestos a destrozar la manifestación de la derecha moderada, el problema es que en el fondo son ellos los únicos socios con los que el PP puede aspirar a formar Gobierno. La ultraderecha hace un flaco favor a los populares porque generan tal rechazo que hace inviable cualquier otro apoyo.
Creímos que el fin del bipartidismo daría paso a nuevos tiempos en la política. Y así ha sido pero no creo desde mi humilde opinión que haya sido para mejor. Dentro del terrible hartazgo y la decepción que estoy seguro sufre gran parte de la población, creo que solo tenemos una cosa clara: lo que no queremos. En función de eso da la sensación de que uno opta por la opción que le parece menos mala dentro de un panorama en el que en general ya no nos convence prácticamente nada.
@ManoloDevesa