Hace tiempo que en política pocas cosas sorprenden ya. El nivel al que han ido cayendo en los últimos años no da lugar a sorpresa alguna. Lo que nunca imaginábamos ya puede hacerse realidad. Es lo que ha ocurrido con las listas de Bildu o en la calle Alcalá de Madrid donde la ultraderecha ha colocado una inmensa lona donde se tira a la papelera lo que ellos consideran que no le importa a esa España a la que están empeñados en volver. Lo hace además con una mano que lleva como no podía ser de otra manera su correspondiente pulsera de España. De nuevo la rojigualda siendo utilizada por la ultraderecha con fines políticos y con ese afán de restar derechos en vez de sumarlos.
Sin embargo y a pesar de las lógicas protestas que ha provocado ver cómo se tiraban literalmente a la papelera el movimiento feminista, la Agenda 2030, el partido comunista o las banderas independentista y las de la LGTBI y trans, seguro que ni Ana Rosa Quintana ha abierto el programa con una dura queja hacia este ejercicio de odio en toda regla ni Pablo Motos ha montado una tertulia en torno a todo este asunto. Tampoco sabemos si Vicente Vallés ha dado su crítica visión en el informativo de la noche de Antena 3.
Que la oposición tenga sus diferencias sobre determinados asuntos del gobierno es hasta lógico. Pero que en cada una de sus intervenciones tanto en el Congreso como en sus mítines o en sus redes sociales lo que haga la ultraderecha sea sembrar odio a raudales con una actitud además de chulesca carente de respeto es cuanto menos preocupante. Porque si se normaliza llamar en tono despectivo desde la tribuna del Congreso a la ministra de Trabajo “ministra comunista”, lo siguiente podría ser llamarlos a ellos imaginen cómo. Y eso en la barra de un bar es hasta un ejercicio de desahogo que todo el mundo en algún momento hemos practicado. Pero hacerlo en un lugar que se supone representa a toda una nación es de una poca vergüenza alucinante.
Sin embargo con todo y eso, hay una parte de la sociedad dispuesta a comprarles el discurso y darles su voto convencida de que ellos traerán la calma y el orden que España necesita. Ellos, los que insisten en curas para homosexuales y muestran su desprecio hacia asociaciones que luchan por sus derechos porque según decía Espinosa de los Monteros han pasado “de pegar palizas a homosexuales a que ahora esos colectivos impongan su ley”. Los de las constantes alusiones al inmigrante, los que están convencidos de que hay mujeres casi tan inteligentes como sus varones y los que insisten en querer decidir si una mujer puede o no abortar. Los mismos que niegan la violencia machista que tantas vidas se cobra pero resucitan a ETA cada cinco minutos. Los que en vez de arrimar el hombro en un momento tan difícil como la pandemia, se dedicaron en sus redes sociales a poner palos en las ruedas de un gobierno recién llegado que se enfrentaba a algo tan grande y desconocido como un virus mundial.
La ultraderecha campa a sus anchas en un país donde su blanqueamiento ya es una realidad y donde se le prepara el camino hacia la Moncloa como socio preferente de un Partido Popular que incluso antes de gobernar con ellos ya anda teniendo que rectificar muchas de sus declaraciones salidas de tono. Por eso se permiten la licencia de colgar una lona con ese perturbador mensaje. Porque saben que por muy fuera de lugar que esté y por mucho que incite a la división y al odio, tienen a una parte de la sociedad y lo que es peor, de los medios de comunicación, que le han comprado el discurso y están dispuestos a defenderlo digan lo que digan. Es la más clara evidencia de la impunidad política existente en este país.
@ManoloDevesa