El extraño Carnaval que hemos venido celebrando desde el pasado jueves 2 de junio y que hoy tocará a su fin (carnaval de los jartibles aparte) nos ha dejado un agridulce sabor de boca. El sabor de un carnaval que deseábamos vivir intensamente tras dos años sin disfrutarlo pero que su desubicación nos ha terminado por desubicar a nosotros mismos dando paso a una fiesta que ha funcionado tal y como muchos nos temíamos, a medio gas. Un carnaval que no nos ha permitido abrazarlo con las ganas que se merecía porque como dicen por ahí «quien da primero, da dos veces». Será por eso que quien quiso hacerlo tuvo su oportunidad en ese otro ilegal que se llevó a cabo en febrero en aquellos días donde a falta de una programación de actos oficiales y conciertos de artistas pseudofamosos nos bastó con las ganas que teníamos de volver a sentir las coplas en la calle. Y así fue como el primer fin de semana superó todas las expectativas.
No ha ocurrido lo mismo con el de junio entre otras cosas porque desde que el alcalde José María González diese a conocer la fecha definitiva, la noticia fue recibida con una sorprendente frialdad y un inusitado desinterés. Hasta poco antes del comienzo del concurso todavía había gente que no sabía ni las fechas del carnaval que se avecinaba ni si sería todo lo normal que siempre ha sido. Quizás le faltó más promoción. El carnaval en junio ha llegado tarde (literalmente), con unas temperaturas que no invitaban a seguir la tónica del de febrero, en época de exámenes de fin de curso, de oposiciones y en definitiva, con una mente puesta en otras cosas: en los primeros días de playa que uno tanto disfruta, perfilando las vacaciones que llegarán en poco tiempo o en el reencuentro con el Rocío o ferias de alrededores tras dos años sin celebrarse.
El carnaval de junio nos ha quitado de un plumazo disfrutar de uno de los días más grandes que tiene Cádiz en todo el año, el Domingo de Coros que uno comienza a disfrutar prácticamente desde que se levanta, porque las altas temperaturas obligaban a retrasar los actos al filo de las ocho y media o nueve de la noche. Un poco tarde si encima nos ha faltado el más que necesario Lunes de resaca gracias a la negativa de la oposición de la ciudad que votaba en contra de su traslado a junio. Y tarde también para todo aquel que pretendía visitarnos y volverse el mismo día. Para colmo el presente carnaval se ha enfrentado, cómo no podía ser de otra manera, al derrotismo patrio de esta bendita tierra fortalecido además por intereses puramente ideológicos. De ahí el regocijo y ensañamiento más que crítica constructiva o información que han acompañado a las imágenes de plazas y calles medio vacías de los primeros días que han rulado por las redes sociales. Bien que han guardado silencio ante esas otras que indicaban un importante repunte de personas que se acercaban cada noche al centro para disfrutar de la fiesta en la calle. Por más que digan, no todo ha sido negativo: hemos disfrutado de un histórico concurso, cortito pero intenso que nos ha regalado agrupaciones y coplas maravillosas, una de las mejores cabalgatas de los últimos años aunque haya sido a costa de dejar Badajoz medio vacío y un Pregón con momentos realmente memorables.
Otra cosa es la organización de la propia fiesta que, faltaría más, siempre es mejorable. Por ejemplo la incomprensible e inhumana decisión de no abrir el ambigú en un teatro donde solo en la noche de la final y con un calor extremo se viven doce largas horas sin poder beber una mísera botella de agua ante la indiferencia de un Ayuntamiento al que no se le ve la gracia de facilitarles nada a los muchos trabajadores que cubren el concurso. Podemos discutir sobre la coincidencia de una tardía cabalgata con un no menos trasnochado carrusel de coros provocando la limitación de público en el carrusel, en la cabalgata o en ambas cosas como fue el caso. Pero ¿qué hacían? ¿la programaban en horas de máxima calor? Evitar la coincidencia del Corpus y el Carnaval chiquito hubiese sido tan fácil como adelantar el comienzo del Carnaval una sola semana. En definitiva, una ristra de decisiones impopulares y arriesgadas pero necesarias. Me refiero a la del cambio de febrero a junio que el propio Carnaval de Tenerife ha seguido también. ¿Se imaginan los titulares de algunos periódicos de la ciudad o las declaraciones de los miembros de la oposición si el alcalde hubiese mantenido la fiesta en febrero a pesar de la ola de contagios de Covid que vivíamos tras las fiestas navideñas? ¿Cómo hubiesen ensayado las agrupaciones si por navidades se nos bombardeaba para que no nos reuniéramos muchas familias en torno a la mesa?
Carnavales en mayo y junio casi cuatro décadas después de la última vez allá por 1976. Fiestas Atípicas Gaditanas que se han empeñado algunos en llamarlas. Era el chiste fácil, claro ¿Quién lo iba a decir? Ya puedo decir eso de que «Yo viví unos carnavales en junio» aunque sinceramente espero que sea el último. Donde se ponga un Domingo de Coros con gafitas de sol, moscatelito al cuello, cabalgata con fresquete y dos coloretes como marca la tradición que se quite la claridad de las tardes que anuncian el verano, el sopor del viento de levante, el alumbrado a las diez de la noche y la esperpéntica combinación de playa y carnaval. Yo firmaría mil veces para que mi fiesta se celebrase en febrero. Nos queda un embarazo más o menos para volverlo a vivir. ¡Qué ganas de que Don Carnal para de nuevo!.
@ManoloDevesa