Aforo completo

«Nada. Completo también». Ha sido la frase del verano cada vez que colgábamos el teléfono después de intentar en algún restaurante reservar para cenar o almorzar. Corren los últimos días de agosto y Cádiz ha vivido probablemente uno de sus veranos más intensos con la visita de muchísimos turistas (dicen que el triple del año pasado) que elegían nuestra ciudad para reconciliarse con la vida después de la pesadilla en la que nos sigue envolviendo el Covid-19. Una amalgamar de acentos que ha disfrazado a Cádiz de la ciudad que pretende ser a partir de ahora. Un destino donde los hoteles y los tropecientos apartamentos turísticos cuelguen el cartel de completo como lo hacen la mayoría de los bares y restaurantes del centro o del Paseo marítimo. Ha debido ser un verano fructífero en cuanto a ventas porque al igual que la pandemia la golpeó sin piedad, la hostelería ha sido sin duda la gran beneficiada en estos meses.

Esta semana asistíamos atónitos a una imagen del mítico Manteca donde esperaba pacientemente una enorme cola de personas dispuestas a experimentar la sensación de comerse unos chicharrones en un papel de estraza. Una cosa… Las colas del hambre que decían algunos con la guasa gaditana. Una barbaridad. Salir a las nueve de la mañana al Mercado Central y ver como en La Guapa la cola es ya kilométrica y las mesas de los bares de los alrededores ya están prácticamente ocupadas. Pasear por Columela con la mascarilla como escudo ante la avalancha de gentes dispuestas a conocer los rincones más típicos de Cádiz. Paraguas en alto a modo de referencias para excursionistas, proliferación de los llamados free-tour donde te enseñan la ciudad por la voluntá y la presencia cada día mayor de personas viviendo o pidiendo en la calle. Esa es la triste realidad.

Debe ser bonito disfrutar de Cádiz desde fuera. Quedarse con la grasia gaditana, el pescaíto frito y las noches en la Caleta. Pasearse frente el Falla, decir dos veces «quillo» y sentirse hijo del mismísimo Paco Alba cantando su vaporcito. Debe ser bonito sobre todo si se ignora la triste realidad. «Que no queremos depender sólo del turismo…» decía el alcalde José María González hace unos días por las redes sociales. ¿Qué hace él para remediarlo? Él y el resto de administraciones. Atrás quedan los tiempos donde la industria era otra de las opciones para ganarse la vida. Tiempos en los que Astilleros, la Fábrica de Tabacos o la de Skol daban empleo a cientos de gaditanos en su propia ciudad. Donde uno podía aspirar a comprarse una casa o vivir de alquiler sin el miedo a que un día el dueño decidiera reconvertirla en apartamentos turísticos y echarte a la puta calle.

A mí me gusta ver a Cádiz llena de gente y de vida. Se lo digo en serio. Es uno orgullo recibir a personas que han elegido nuestra ciudad para disfrutar de sus vacaciones. Terrazas completas, comercios llenos, ciudadanos que encuentran empleo gracias a todo esto. Pero ¿saben que me gustaría más? Que todo esto no fuese temporal y fuese más una opción que el único clavo al que agarrarse. Me gustaría ver a unos políticos concienciados de verdad con el peligro que entraña la turificación de Cádiz ocupándose por ejemplo de llenar los solares de la Zona Franca buscando empresas que den trabajo a los gaditanos, una oposición que no esté más pendiente del fallo del gobierno de turno para hacer leña del árbol caído que de la ciudad que pretende gobernar algún día. Me gustaría ver la construcción de viviendas asequibles para el bolsillo de los que formamos esta maravillosa ciudad. Tenemos un mar que jamás igualará ni a la mejor de las piscinas. En definitiva, me gustaría ver a un Cádiz lleno de gaditanas y gaditanos. De esos que un día tuvieron que huir de una ciudad que no cumplía con las expectativas de su vida y cuyo futuro les asustaba cada vez que pensaban en él.

@ManoloDevesa / Foto: KevinPons

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