Esta también es Cádiz

¡Cuántas veces hemos exclamado eso de ¡Esto es Cádiz! para alabar a nuestra ciudad o indicar algo muy nuestro que resume la idiosincrasia del gaditano! Un atardecer en la Caleta, un «¡qué bastinaso quillo!» en plena calle, una cola para unos topolinos, un dominguito de coros tras unas gafitas de sol y una copa de moscatel, un helaíto de los italianos, un Domingo de Ramos viendo Borriquita o unas fotitos en la playa con el hastag #Cadizfornia valen para exclamar eso de «Esto es Cádiz»

Sin embargo hay otra Cádiz menos mágica o de la que sentirse orgulloso en las redes sociales. Esa que saca los colores al más desvergonzado y toca el corazón a aquellos que la queremos de verdad. Rebeca es indefinida pero lejos de tener su casa, duerme con su marido, su hija adolescente y su pequeño de tres años en una cama de una habitación de casa de sus padres porque su sueldo no le da para tener casa propia. Edu lleva treinta años trabajando en negro porque se acomodó a tener un trabajo prácticamente fijo y ahora se las ve y se las desea para tener una pensión en condiciones. Loli, mujer maltratada, separada y con un hijo lleva meses buscando una casa donde vivir porque no hay una que se adecue a su situación económica y luego está Pedro, separado también que lleva durmiendo en su coche ya dos meses porque no encuentra ni tan siquiera una habitación para poder dormir caliente. Están Roberto y Mercedes cuyo mérito es vivir de ayudas sin haber dado un palo al agua en su vida y Luis que en silla de ruedas, cada día debe levantarse de ella y cargarla para entrar en su portal porque aunque vive en un bajo no tiene una rampa por la que subir o bajar. Juana que intenta compaginar su trabajo legal con alguno bajo cuerdas porque si no, no hay manera de que salgan las cuentas o Sara que lleva la vida firmando finiquitos sin cobrarlos y alternando contratos y paro porque no quieren hacerla fija…

Esto también es Cádiz, esa otra Cádiz con la que uno se topa todos los días, la que te toca el corazón a través de historias absolutamente impresionantes, la que parece haberse estancado en el tiempo, la gran olvidada de Andalucía. Esa otra Cádiz que sonríe por no llorar, que no reacciona porque probablemente ya no le quedan fuerzas para seguir luchando, la de la picaresca, la que le niegan la caña de pescar porque es más fácil darle ya el pescado, la de la desilusión y la desgana, la del eterno derrotismo. La misma que le ha visto las dos caras a la misma moneda: la del esplendor del siglo XVII con el traslado de la Casa de Contratación por una y la de los lunes al sol por otra.

Una vez me topé con una chica que me escupió una verdad a la cara que me dolió en el alma: «¿Qué te parece Cádiz?» le pregunté yo esperando escuchar su complaciente respuesta. «Cádiz me parece una ciudad pobre» me dijo con la sinceridad dibujada en sus ojos. Yo la miré como jamás había mirado a ninguna turista: «No es fácil ser gaditano y vivir en tu propia ciudad» pensé. «Aquí se sobrevive con el turismo. El virus nos ha quitado el único sustento que teníamos» opté por soltarle. «Resurgiremos» pensé de nuevo. Aunque eso también me lo callé.

@ManoloDevesa

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