Una calle la hace el comercio que le da la personalidad hasta tal punto que puede adueñarse incluso de su propio nombre. Es el caso de la calle Columela que hubo un tiempo en que se llamó «De la Carnicería Suárez» por un despacho de carne de debía existir a la altura del edificio de Eutimio. Pero también es evidente que una calle también la hacen sus gentes. Sus vecinos y personajes que gozan de una popularidad entrañable por lo peculiares que pueden llegar a ser.
Adolfo Vila Valencia en su libro «Historia de Cádiz. Desde su fundación hasta nuestros» de 1985 en su apartado «Nombres y leyendas de algunas plazas gaditanas» nos llegó a refrescar la memoria con alguno de esos personajes que por entonces andaban por las diferentes calles de la ciudad, entre ellas Columela. Nos contó de la existencia de José Aguilera más conocido como el notorio «Enano» que se paseaba por la calle con su traje de rayas y su bombín o de Juanillo «El Aguador» quien lucía siempre su barretina catalana, su faja y su bastón cuando no vendía agua.
Los personajes de aquel Cádiz tan diferente al de hoy no quedaban ahí ni mucho menos: con su gorrilla colocada a un lado y sus interminables piernas «El Guitarrero» mercaba sus vihuelas, un instrumento de cuerda a domicilio o «El Corrales», un hombre siempre con dos copas de más encima y un bastón que tenía la habilidad de hacer reír a la gente que pasaba por su lado. Le ocurría igual al «El Salao», un betunero chiclanero cuya habilidad para contar chistes mientras trabajaba le hacía ganarse a la gente al instante o aquella señora vestida tan extravagantemente cuya pregunta a los vecinos que pasaban por su lado era: «Chiquillos, ¿no me dices ná?»
El desfile de estos pinturescos personajes acaba con dos más: María Bastón, una tiple de ópera cuya mala suerte la retuvo en nuestra ciudad y que tuvo que aguantar las burlas sobre todo de los niños a los que solía gritar: ¿Esa es la educación que os ha dado vuestros padres? y finalmente «El Nene», bajito, rechoncho, con su su traje marrón, sombrero de ala ancha, puro en la boca y bastón en la mano. Cuenta de él Adolfo Vila Valencia la anécdota de que cuando era costumbre en Cádiz entre los vecinos encender el farol de la escalera del patio de la casa, cuando le tocó a él se lo llevó directamente y cuando le preguntaron dijo él: «Es que me ha tocado a mí«. Maravilloso.
@ManoloDevesa