Cuando Cádiz recogía a las mujeres arrepentidas

A mediados del siglo XVII en Cádiz tiene lugar a la vez que la Iglesia de la Conversión de San Pablo la fundación de una casa que tiene por objetivo acoger a las prostitutas que decidían abandonar su profesión. Es cierto que su lucha era más por salvar el alma de lo que ellos entendían como pecadoras que por la liberación de la mujer. Pero la cosa es que muchas de ellas lograron dar el paso y abandonar una profesión en la que no querían seguir trabajando.

Desde el principio la casa no es bien vista por el Cabildo que ve como el gran número de mancebas acogidas aminora los ingresos que obtenía con la mancebía y con los que se pagaba a médicos, cirujanos y guardas de la ciudad. Viendo como las protestas no llegan a ninguna parte, el Regidor Don Juan de Narganes decide actuar por su cuenta. Para ello se hace acompañar por corchetes y alguaciles y una noche abordan la casa para sacar a las mujeres de allí y llevarlas de nuevo a la mancebía, en la calle de Dapelo (actual Garaicoechea). Allí ejercerán lo que ellos se empeñan en llamar “su arte, profesión u oficio”. Cuando el Obispo se entera de esto no duda excomulgar a los regidores ante la negativa de que puedan volver a la Casa de Arrepentidas. De hecho se llega a poner vigilancia seglar en la puerta de la mancebía.

Con el tiempo la Casa de las Arrepentidas llegó a tener tres propias con rentas de once censos, cinco patronatos de obras pías y siete acciones de dos mil reales cada una en el banco nacional de San Carlos. Con todo esto se llegaron a pagar a un ama, una maestra, un sacristán, una cocinera, un mozo y un basurero. Aun así la institución necesitó de las aportaciones de limosnas, sobre todo en el último cuarto del siglo XVIII.

Una vez arrepentidas del pecado que suponía la prostitución, el siguiente paso debería ser la educación y para ello el gremio de barberos fundó en 1773 la Hermandad de Nuestra Señora del Amparo, que no solo se haría cargo de la educación de las arrepentidas sino también de las niñas huérfanas. Eso sí separándolas de las mujeres.

La Casa de las Arrepentidas continuó ejerciendo su magnífica labor hasta que las Reverendas Madres Filipenses, en el último cuarto del siglo XX, decidieron abandonar la casa y trasladar el hogar de acogida a la calle Cervantes.

@ManoloDevesa /

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