Son las cuatro y media de la tarde del 20 de octubre de 1936. Amparo, Antonia y Francisca tienen las horas contadas. Con el corazón en un puño por las formas en que las han sacado del número 5 de la calle Magistral Cabrera, el camión en el que van montadas se dirige hacia la antigua plaza de toros de Cádiz. Allí en la fachada serán asesinadas a sangre fría. Sus pecados, ser sindicalistas de la CNT y defender los derechos de sus compañeras de la Fábrica de Tabacos.
Mientras se sigue el protocolo que acabará con sus vidas, por la cabeza de Antonia deben pasar los momentos más importantes vividos con sus tres hijos. Esos que quedarán huérfanos en solo unos minutos. Paquita no logra quitar de sus pensamientos todo lo que deja atrás: familiares, amigos, compañeras… y Amparo aún recuerda con orgullo como colgó la bandera republicana en la Fábrica en aquella manifestación que salió de San Antonio después de la asamblea en la calle Arbolí y en donde los trabajadores dejaron claro su apoyo a la República. Tampoco olvida su compromiso con el feminismo y todos sus intentos para igualar los derechos de las mujeres al de los hombres. Ni la bandurria que llegó a tocar en algún mitin en unos tiempos en los que no todas las mujeres podían hacerlo.
El gatillo suena y las vidas de Paquita, Antonia y Amparo se apagan para siempre. Sus cadáveres son encontrados en los alrededores de la plaza y enterrados en el cementerio de San José menos el de Paquita cuya familia no es avisada y sus restos van a parar a una fosa común. Las tres cigarreras de Cádiz dejan a su paso un reguero de dolor difícil de superar: es el caso de la madre de Amparo que la esperaría durante meses en la ventana a que volviese de trabajar, incapaz de creer que su hija jamás volvería o la familia de Paquita que no tiene ni siquiera la oportunidad de despedirse de ella para darle un entierro digno.
@laazoteaadecadiz