No me gusta nada lo que cada vez veo más a menudo a mi alrededor. Les cuento: el pasado sábado en la plaza del Palillero unos chicos con banderas republicanas se manifestaban en contra de la Monarquía animados probablemente por los últimos acontecimientos concernientes al Rey emérito. Los chicos fueron prudentes y hasta silenciosos más allá de gritar algún que otro lema pensado para la ocasión. Con su protesta se podía estar de acuerdo o no y hasta que no ocurrió, el respeto prevalecía entre el público presente en la plaza. Pero de repente, un individuo les gritó desde lejos: «¡Rojos de mierda! ¡Comunistas!» a lo que parte del público en la plaza y ellos mismos abuchearon lanzando algún que otro «¡facha!» como respuesta. No pude evitar que el corazón se me encogiese ante algo que dejaba de ser un presagio para convertirse en una realidad.
El radicalismo ya campa a sus anchas en nuestra sociedad y solo hay que darse cuenta en cómo los ataques de la ultraderecha al vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias se recrudecen cada día más. De las redes sociales a la presencia de personas a las puertas de su casa donde llevan meses y de los insultos a Iglesias y Montero a amenazas a sus propios hijos. Es la respuesta, dicen los que los excusan, a los que defendieron los escraches a la derecha como una forma de protesta más. Sin embargo no se dan cuenta que la incoherencia se ha instalado en las dos partes: en aquellos que defendían los escraches y ahora se quejan y en esos que se ponían las manos en la cabeza por entonces y son ellos ahora los que los llevan a cabo. Eso sí, con la diferencia de que la ultraderecha parece traspasar cada día más la peligrosa y delgada línea roja.
El radicalismo ya ha bajado a la calle no solo porque desde algunos partidos políticos así se ordenó en su día. Este fin de semana El Mundo y en ese empeño que tiene la prensa basura de disfrazarse de periodismo serio se cubría de gloria señalando a Pepa Flores, la inolvidable Marisol, por cuestiones ideológicas: «Pepa Flores, ni guapa, ni simpática, ni buenecita: prosoviética» titulaban. Es la manera que tiene la prensa de contribuir a esa especie de persecución a determinados ideales. La televisión tampoco se queda atrás dando voz a periodistas cuya credibilidad es nula. Pero funcionan bien como polemistas aunque sea a costa de avivar más un fuego que está a punto de prender y que cuando lo haga será difícil apagar.
Tenemos ante nosotros un otoño – invierno que me temo será duro no solo por el tema de los rebrotes del Covid-19 si no por una crispación que irá en aumento producto del hartazgo de la situación sanitaria y la venidera crisis económica y a la que se sumará una obsesionada ultraderecha que terminará provocando la respuesta de la ultraizquierda. A lo mejor cuando eso pase, solo a lo mejor, nos demos cuenta de lo peligrosa de la situación. Lo malo es que para entonces sea demasiado tarde.
@ManoloDevesa