Sorolla muy presente en el Pregón de Rosario de Montesión

Anoche Sevilla escuchaba las palabras de un gaditano. Jesús Devesa era el encargado del pregonar a la Stma. Virgen del Rosario de la hermandad de Monte-sion, en su trigésima novena edición. Acompañado de la Banda Juvenil de la Cruz Roja de Sevilla, Jesús usó sus habituales armas a la hora de pregonar que no son si no una desbordada pasión y una agradecida originalidad.

En un pregón que arrancó en varias ocasiones el aplauso de los asistentes, fueron especialmente aplaudidas las palabras dedicadas al famoso cuadro de la Virgen que pintara en su día Joaquín Sorolla. Detalle que hasta ahora nadie había tenido. Fue por eso probablemente que durante la noche en las conversaciones posteriores al pregón se aludió varias veces al fragmento que a continuación le reproducimos. Sin duda, un excelente pregón. Otro más queremos decir.

FRAGMENTO DEL PREGÓN CON ALUSIÓN AL CUADRO DE SOROLLA

Desde aquella tarde cuaresmal, en la que me brindaron la bendita tarea de cantarle a la Señora, sentí en el ruedo de mis pensamientos que estaba ante una de las faenas más difíciles de mi carrera. Cantarle a la Virgen torera de la calle donde nació Juan Belmonte, era un reto para este enamorado de Sevilla, del Rosario y de un misterio pasional que habíamos venerado desde siempre en la familia, pues mi abuelo Francisco Devesa, fundó para Cádiz la Hermandad de la Oración en el Huerto del barrio gaditano, nuestro barrio de San Severiano. Y es que no resulta fácil hablarle cara a cara, a esta dulce dolorosa que fundamenta la historia sevillana en los rumores de sus varales. Porque a pesar de los altibajos en el encefalograma de la vida, ella sigue siendo la misma virgen que tantas veces se dejó caer sobre los riñones de los costaleros de la famosa cuadrilla de los ratones de Rafael Franco. La misma… aquella dulce damisela que el popular actor mexicano Mario Moreno Cantinflas, sacó a bailar una tarde de Jueves Santo, en una balada santa de ostentación devocional. Sus ojos siguen siendo esos mismos luceros en los que se fijó uno de los artistas más notables del “luminismo” e “impresionismo” español. Y es que tal vez, Joaquín Sorolla, el virtuoso creador de obras tan famosas como El baño del Caballo, Paseo a Orillas del Mar o Clotilde con Traje de Noche, se encontrara un día en mi misma tesitura, de disponerse ante Ella con el afán de crear una obra que calara hondo en Sevilla y el mundo. Joaquín Sorolla, el pintor que plasmó a la Virgen del Rosario a través de una de sus obras más notables y trascendentes. Desde su primera visita en 1902, se sintió fascinado por la belleza de nuestra ciudad. Tanto que, años después, no dudó en retratar nuestra Semana Santa para la Hispanic Society de Nueva York. Lo que no todo el mundo sabe, es que en cada trazo de óleo espeso que se divisa en la obra conocida mundialmente como Los Nazarenos de Sorolla, hay un submundo de realidad y leyenda que engrandece al propio autor, a Sevilla y por supuesto a nuestra Virgen del Rosario.Se trata de un “cuadro extraño en la obra de Sorolla”, puesto que la religión nunca fue un asunto muy frecuente en su trayectoria. Su biografía reconoce que el valenciano no fue un hombre de Iglesia, y que sólo acudía a ella para temas estrictamente profesionales. Sin embargo, cada vez que observamos el gigante lienzo, nos hacemos la misma pregunta ¿Qué quiso representar? ¿Será una estampa idealizada o tal vez una realidad histórica? Y sobre todo ¿por qué la Virgen del Rosario?El caso es que unos ven en la obra a la Virgen del Rosario por la Calle Placentines sobre una bulla de capirotes negros de los Nazarenos de la Carretería. Otros aseguran que es la Virgen del Rosario pero reconocen a un hipotético Penitente del Valle, con la Cruz de Santiago en el babero del antifaz, tal vez como homenaje a la que llevó en su pecho el maestro Diego Velázquez en el cuadro de Las Meninas. Por último hay otros que creen que la escena está ambientada en la Calle Feria, pero en presencia de la Giralda, con lo cual nada cuadra en los esquemas del cofrade y sevillano de a pie.Me van a permitir que les cuente una historia que soñé una de estas noches calurosas del pasado mes de agosto, mientras martilleaba mi mente sobre qué pudo pasar por la imaginación de dicho artista valenciano, para legarnos semejante obra de ensueño:

Corría el año catorce

de un cándido siglo veinte.

España vivía al borde

de múltiples incidentes,

de una ofensiva mundial 

guerra sucia entre poderes, 

de la que fuimos neutrales 

por orden de Alfonso XIII. 

Eran años complicados

y en Sevilla nuestra gente,

 sobrevivía soñando

con un mundo diferente, 

trabajando noche y día

en proyectos tan valientes, 

como la Plaza de España

hecha insignia permanente, 

en la gran exposición

de mayo del veintinueve, 

donde se unieron banderas

de Hispanoamérica y siempre, 

hermanando sus culturas

y abriendo al mundo la mente. 

Tal vez por ese esplendor

que se fraguaba inminente,

se dejara ver por Sevilla

un valenciano excelente; 

poeta del oleo espeso

y patrón de los pinceles. 

Un prolífico Sorolla 

cotizado y muy influyente, 

en el arte impresionista

de una Europa decadente. 

Hay quien lo vio por Triana,

 otros rondando por Sierpes

y algunos vieron su sombra 

cruzar las viejas paredes,

de esta ilustre capillita

que a Monte-Sión le da sede. 

Y aquí lo vieron delante

con bastón y tan corriente, 

observando a la Señora

con mirada fija al frente. 

Barba espesa y con sombrero 

enigmático y prudente,

se descubrió con acato

dando pasos lentamente. 

Dicen que quedó perplejo

de su rostro omnipotente.

La miró desde un perfil,

con ángulos diferentes, 

dibujando en su libreta 

bocetos inteligentes.

Al parecer una anciana

desde la acera de enfrente

lo vio clavar su rodilla

frunciendo el ceño y la frente,

con ojos de admiración, 

reservado y pero ausente. 

Abandonó la Capilla 

sosegado, quedamente 

cogiendo Ancha La Feria 

perdiéndose entre la gente.

 Trascurrieron varios días 

de aquel encuentro celeste, 

y provocó una reunión

con su mecenas de siempre,

 el célebre Pedro Gil

su secuaz y confidente,

al que pidió tres encargos 

para poder hacer frente,

al proyecto que aguardaba 

tras los cierros de su mente. 

Primero pidió entregar

una carta urgentemente, 

para Clotilde, su esposa 

bella flor de sus vergeles. 

En dicho escrito relata

el encuentro tan ardiente, 

con el rostro de una Virgen

tan real y sorprendente,

que sería el epicentro

de ese trabajo pendiente,

que tenía por delante

para su nuevo cliente.

Un comprador neoyorquino

que le pidió varias veces,

una pintura andaluza

de colores diferentes,

con el triunfo de la fe

como máximo exponente.

Pidió en segundo lugar

un imposible imprudente;

hablar con la Cofradía

suplicando claramente,

que subieran a su palio

a esa Virgen tan ingente,

que había visto en su altar

tan hermosa y atrayente.

Y ante una voz tan ilustre

accedieron prestamente,

con un criterio acertado

visionario y muy valiente.

Su tercera petición

la hizo con voz vehemente;

improvisar un estudio

donde poder hacer frente,

a una obra gigantesca

con medidas imponentes.

Su deseo fue una orden

pues tan pronto como siempre,

 le prepararon el claustro

del Convento San Clemente, 

para que hiciera su lienzo

al retiro de la gente.

Tres favores concedidos

todo parecía ofrecerse,

a favor de aquel artista

y su obra prominente.

Y así comenzó esta historia 

noche y día, firmemente 

visitaba la Capilla

de manera asiduamente, 

mientras Ella lo miraba

desde su palio ferviente, 

escondida en las rocallas

de un bordado descendiente, 

de un palio negro vetusto 

tejido en el diecinueve.

Repetía los bocetos

de la trasera, del frente,

y se marchaba al Convento 

para plasmar con aceites,

los perfiles de la hembra

más bonita de occidente.

Pero no se convencía

arrugaba los papeles,

volviendo con folios nuevos

a la mañana siguiente,

justo aquí donde el Rosario 

guarda un gesto diferente. 

Y así pasaron los días

las semanas y los meses,

y en ese lienzo famoso

conocido mundialmente,

no se hallaba ni un suspiro

definido y convincente.

Cuentan que una mañana

al salir de San Clemente,

se encaminó hasta la Plaza 

de la Virgen de los Reyes, 

por alejarse del tiempo

y redimirse la mente.

Pero aunque quiso apartarse 

iba penando su suerte,

por sentirse desmañado

en su deseo inminente,

de plasmar con su maestría 

el rostro sobresaliente,

de aquella Virgen tan guapa 

tan distinta a lo corriente. 

Al llegar a Mateos Gago 

sopló una brisa celeste,

que encandiló su mirada 

hacia una torre indeleble , 

que inclinaba su veleta

hacia el sur de sus pinceles. 

Era el triunfo de la Fe 

encarnado mansamente,

en los labios de una hembra 

señorial y refulgente.

Ella bajó de su torre

y cual soplo en el ambiente, 

le susurró en el oído

su brisa de dama duende. 

Dijo la musa al artista: 

-llene su lienzo de fieles,

 llénelo de un sol fornido,

de abanicos y claveles,

de peinetas sevillanas,

de sonrisas de mujeres.

Porque la Virgen que busca

no es extraño que la encuentre, 

más allá de su Capilla,

donde menos se la espere.

Más allá de la madera,

del bordado y los caireles,

 búsquela entre los clamores

y el bullicio de su gente.

Ella quiere que la pinte

en callejuelas de siempre,

viva por su Calle Feria

entre sombras penitentes. 

Lleve el pulso de su brocha 

por caminos diferentes, 

porque Rosario es adviento, 

Navidad de flor silvestre,

y también es Jueves Santo 

crisantemo por noviembre.

No pinte una sola calle

pinte el mundo abiertamente, 

sobre el halo de su nube 

estampado en las paredes. 

Llene la estampa de besos;

de caricias, coloretes,

suspiros de terciopelo,

de un esparto persistente,

de balconcillos colmados,

de chiquillos con churretes,

de nazarenos rezando

la trova del Miserere.

Pies desnudos de promesas, 

cirios llorando su suerte,

pinte un noble capellán 

vistiendo manto y bonete, 

porque él es mensajero

del Señor omnipresente.

No malgaste más su tiempo

es en vano que lo intente.

 Rosario tan sólo hay una

y Ella vive eternamente,

en las piedras de su barrio 

en el aire y el ambiente, 

en el incienso pomposo 

que cada año se extiende, 

al llegar Semana Santa

a la ciudad hispalense.

¡Qué grande Joaquín Sorolla 

y su obra omnipotente! 

Pues hizo caso a la musa

 Giraldillo de su suerte,

y plasmó la devoción

como máximo exponente, 

en los ojos de Sevilla

Opera sacra y valiente,

el Rosario de la Virgen

tras las cruces de su gente

@laazoteadecadiz / Fotos: Fernando Devesa

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