Diez minutos para las nueve de la noche. Domingo de levantito en Cádiz. Qué mejor para hacer frente al viento que nos vuelve loco que dar un paseíto por un casco antiguo que está más vivo que nunca. Una vueltecita, que decimos por aquí, que da la oportunidad a analizar las luces y sombras de nuestra ciudad. Veo cómo el carril bici avanza dejando escenarios realmente bonitos pero aumentando la pesadilla de aquellos que luchan cada día por encontrar un aparcamiento en su ciudad, observo con pena como el Teatro Pemán continúa esperando a ser rehabilitado, anhelo cuando paso por su lado el momento en que el Valcárcel albergue una nueva universidad y reciba a toda esa gente joven que Cádiz tanto necesita y observo con rabia como la Escuela Náutica sigue ocupando un inmenso terreno frente a esa delicia llamada Caleta.
Frente a todo eso, el sol comienza a colorear de naranja el Balneario de la Palma y un buen número de personas con su móvil en la mano inmortalizan el mágico momento. La imagen me llama poderosamente la atención. Numerosas familias, amigos, estoy seguro que algún que otro gaditano/a, y muchos visitantes contemplan como el sol muere un día más en la Caleta. En sus rostros, la ilusión y la sorpresa les ilumina más que el propio sol. Cuando ya en sus ciudades de origen miren las fotografías, probablemente una sensación de nostalgia les recorra el cuerpo añorando ese momento y recordándolo como uno de los más especiales de las vacaciones en nuestra pequeña gran ciudad.
¡Cuántas veces he pensado eso de los italianos cuando me enamoré de la Fontana de Trevi, de los cacereños por sus empedradas calles de su centro histórico, de los salmantinos por su extraordinaria Plaza Mayor o de los neerlandeses contemplando sus maravillosos canales y sus casitas a los lados! ¡Qué suerte tenían todos de tener en sus ciudades cosas tan bonitas como ésas! Y anoche viendo las caras de las muchas personas que inmortalizaban el momento en el que el cielo se torna naranja, me sentí identificado con ellos. Cuando abrían los ojos viendo como Catalina miraba a Sebastián, cuando cerraban los ojos mientras la brisa del mar les daba en el rostro o cuando enfocaban con interés hacia las barquitas que parecen pintadas sobre las aguas de la Caleta…
Entonces me di cuenta que ahora era yo quien estaba al otro lado. En el de los privilegiados que disfrutan cualquier día del año de la maravilla que ellos disfrutaban en ese momento. De no tener que acudir a una fotografía para ver una puesta de sol en La Caleta y de no tener que hacerlo solo si estoy de vacaciones. Dichoso, en definitiva, de poder vivir, con sus luces y sus sombras, en una ciudad como la nuestra.
@ManoloDevesa





