Votar en tiempos revueltos

Desde que Pedro Sánchez saliese a la ventana de Ferraz la noche de las elecciones supimos que, a pesar de su clara victoria, aquello se le presentaba complicado entre otras cosas por los llamados cordones sanitarios que algunos partidos ya habían marcado. Aquella noche debimos suponer que el camino sería largo y que lo que nos esperaba nos sacaría los colores en más de una ocasión. Solo nos bastó ver como tras su batacazo electoral, el popular Pablo Casado, que dos días antes había tendido la mano al líder del partido ultraderechista ofreciéndole incluso cargos, pasaba al ataque, que Rivera aún por detrás de los peores resultados del PP se autoproclamaba líder de la oposición y que la caída de UNIDAS PODEMOS no hacía reaccionar ni mucho menos a su secretario general.

Con estos antecedentes, se presuponía difícil superar lo vivido. Sin embargo, nuestros políticos se han esforzado lo suficiente para hacer méritos y dejar aquella noche como un simple aperitivo de lo que se avecinaba. Desde el apretón de manos más frío jamás visto entre un miembro de la oposición, Rivera, y el ganador de las elecciones, Sánchez, a la fuga de miembros de Ciudadanos. Del «no queremos una España que pacte con independentistas» a tener todo matemáticamente calculado para forzar a que lo hagan. Porque en eso consiste la estrategia de PP y Ciudadanos. Su no abstención para la investidura de Sánchez provocará el temido pacto con Iglesias y los independentistas. Algo sobre lo que la derecha se ha puesto las manos en la cabeza estos meses aunque ahora se la frotan pensando en la poca estabilidad que puede tener eso.

Probablemente sea yo el que está equivocado sobre el concepto «español de bien«. Pero siempre creí que lo era aquel que anteponía su país a sus propios intereses. De momento no he visto ni un amago de eso. Ha sido todo lo contrario. Condiciones imposibles, postureos inaceptables, actitudes vergonzosas…

Estos meses han servido para que finalmente en Ciudadanos hayan dado el paso definitivo para decantarse políticamente. A pesar de los intentos de Rivera por aparentar ser de centro, lo cierto es que su radicalización ha terminado por darle la razón a aquellos que lo colocaban en la derecha de toda la vida. Eso sí, Rivera sigue instalado en esa cosa de ignorar la realidad no solo autoproclamándose líder de la oposición y llegando a acuerdos con VOX pero comportándose como si no lo hiciese.

El nivel de la clase política ha bajado a límites insospechados como los vistos este fin de semana en la manifestación del Orgullo en Madrid. En tiempos de continuos desafíos al colectivo LGTBI por parte del partido ultraderechista que aunque minoritario es clave en muchas negociaciones y ante la decisión de pactar con ellos pese a todo, la derecha fue invitada a no participar en la manifestación por razones obvias. Al menos a nivel político. A título personal nadie iba a impedírselo. Una decisión que llevó a tacharla de politizada. Sin embargo fue Ciudadanos, con una irreconocible o no Inés Arrimadas a la cabeza, los que asistían con banderas del partido politizando así una reivindicación tan importante como ésta en un año especialmente delicado para el colectivo.

Cuando hace unos años hablábamos contentos del fin del bipartidismo nunca imaginábamos, al menos yo, que nos traería semejantes consecuencias. Un sistemático bloqueo por parte de los partidos a que gobierne la fuerza más votada. Se habla de repetición de elecciones ¿cómo enfrentarse otra vez a las urnas tras ver lo que hemos visto? Se habla de cambiar la ley. Es más que necesario. Cuando hace unos años el PSOE se abstuvo para que Mariano Rajoy pudiese gobernar fuimos muchos los que no lo compartimos entre otras cosas porque sabíamos a ciencia cierta que en el caso contrario, ellos no accederían. No nos equivocamos. Entendimos, sin embargo, que aquel gesto era la única solución para cerrar un panorama muy parecido al de hoy.

@ManoloDevesa

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