Desde que tenemos prácticamente uso de razón la llevamos escuchando: «Quien se fue a Sevilla, perdió su silla«. Lo que no sé si sabían es que el dicho en realidad no es así. Aunque media humanidad lo haya cambiado, en realidad lo correcto es: «Quien se fue de Sevilla, perdió su silla«. Y la explicación la tiene el propio origen de la frase.
Deberemos trasladarnos al reinado de Enrique IV, rey de Castilla, para explicarles el origen de este famoso dicho popular. Nuestra historia la protagonizan dos arzobispos, Alonso de Fonseca el Viejo y Alonso de Fonseca el Mozo. Tío y sobrino, respectivamente.
En 1460 el sobrino de don Alonso de Fonseca, por entonces arzobispo de Sevilla, es nombrado arzobispo de Santiago de Compostela. Las cosas en el reino de Galicia no andan muy bien y el sobrino pide ayuda a su tío para tomar posesión de la sede episcopal. Entretanto y ocupando su sitio temporalmente, él se quedará en el arzobispado de Sevilla. ¿No se imaginan lo que pasa a su vuelta…?
Cuando Don Alonso restablece la paz en Santiago y pone destino a Sevilla se encuentra con una sorpresa en mayúsculas: su sobrino se niega a devolverle la silla hispalense. Así que los dos comienzan un enfrentamiento que dará mucho que hablar recurriendo a un mandamiento papal, a la intervención del rey castellano e incluso al ahorcamiento de algunos de sus partidarios.
Es por eso, que la frase históricamente es «Quien se fue de Sevilla, perdió su silla» ya que el gran perjudicado es que se ausenta de la capital andaluza. Es más, el que se va a Sevilla no solo no pierde nada, si no que más bien lo gana.
@ManoloDevesa / Fuentes: Abc Sevilla