Ea, pues se acabó. Supongo que de la misma manera en que Susana Díaz comienza a hacer sus maletas para tirar pa´arriba y Rajoy respira al fin aliviado, el calvario que ha sufrido Pedro Sánchez parece haber acabado. Y la larga agonía que todo un país viene sufriendo desde el pasado 20 de diciembre por la incapacidad de los diferentes partidos para formar Gobierno parece que toca a su fin.
Pedro Sánchez dimitió a las 20.21 h de la tarde de ayer sábado tras una maratoniana y bochornosa jornada celebrando el famoso Comité Federal el cuál tal y como apuntaban muchas quinielas, perdió. Lo hizo con 132 noes frente a 107 síes. Y se ha pirado. Se ha pirado tras aguantar además una semana en la que no solo los medios de comunicación se han posicionado en su contra si no que han llegado incluso al insulto. Algo insólito que no ha conseguido ni siquiera el político más corrupto de España.
Y analizando la situación, el motivo para este machaque sin paliativos ha sido el mantener la promesa que hizo a sus votantes: su no a un Gobierno de un partido que ha sido desde siempre su antítesis. ¿Quien se quejó cuando el PP votó en contra de las dos investiduras de ZP en 2004 y 2008 respectivamente? Tampoco ellos tenían mayoría suficiente para gobernar. Yo les voy a contestar: nadie. Porque entraba dentro de la lógica de ideales. ¿Por que entonces Sánchez debía hacerlo contra viento y marea?
El final de Pedro estaba claro que no podía ser otro. Sobre todo si quería mantener su palabra como no lo hizo cuando intentó pactar con Podemos pese a que juró que jamás lo haría o como Rivera cuando se llenaba la boca diciendo que no apoyaría al partido de la corrupción. O sin ir más lejos el mismo Partido Popular para el que sus malos calificativos nunca le parecieron suficientes y sin embargo le planteó una gran coalición.
Si hay algo que echarle en cara al ya ex Secretario General del PSOE es su incapacidad para haber ofrecido una alternativa. Si no quería la abstención ni el pacto con Iglesias y los independentistas que de entrada ya contaba con un amplio sector de la opinión pública en su contra, la solución era terceras elecciones. Atado de pies y manos en – estoy seguro – la decisión más difícil y complicada de su vida política.
«Un socialista nunca da un Gobierno a la derecha» me han dicho hoy vía WhatsApp. Era parte de esos votantes que un día el desencanto terminó matando la ilusión de votar a los suyos. Que castigó el comportamiento de un PSOE que no ha entrado en coma desde que Sánchez lo lidera. Al PSOE se lo llevó la crisis de un país al que ZP no supo hacer frente y tuvo que aplicar políticas totalmente alejadas de su ideario más parecidas a un partido como el de Rajoy. Lo mató la corrupción y una oposición irresponsable y casi nula. Porque la gran diferencia entre la izquierda y la derecha también radica en la inconformidad de sus votantes que afortunadamente no son ni muchisimo menos iguales.
@ManoloDevesa