El fuego provocado anoche en la capilla del Gran Poder en Sevilla me ha hecho recordar un capítulo en nuestra Catedral que no sé si lo conocerán. No se trata de un incendio provocado pero sí de un buen susto que podría haber terminado en una auténtica desgracia.
Sitúense en la Semana Santa de 1902. Marzo. Son las seis y cuarto de la tarde y Jesús Nazareno hace estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral. En ese momento, uno de los dos trozos del velo morado que cubre el tabernáculo de la Catedral sale ardiendo ante el nerviosismo de todos los presentes. Un paño de unos veinte metros de largo y siete de ancho. Los presentes comienzan a correr de un lado hacia otro en un estado de auténtico pánico.

El fuerte viento de Levante y las corrientes surgidas en el interior del templo al abrir la puerta que da al pasillo de la Catedral y Palacio Episcopal, cuando ya estaba abierta la que daba a la plaza del lado del Evangelio fueron los responsables de que el velo tocase las velas del plan del altar incendiándose al momento con la considerable y comprensible alarma.
El coro que en ese momento cantaban Las Tinieblas fue el primero en reaccionar y corrieron rápidos a apagar las llamas. Acto seguido, el sacristán Mayor presbístero, los dependientes del Cabildo y varios fieles más acudieron a sofocar aquel inoportuno fuego.
Afortunadamente y más allá de que aquel paño se quemara, no ocurrió nada más y ni si quiera los candelabros donados por Javier de Urrutia sufrieron daño alguno.
@ManoloDevesa