Ayer nuestro país vivía uno de los días más surrealistas de los que llevamos de año, amén de las trifulcas en los Plenos del Consistorio Gaditano, en su mayoría difíciles de superar. Se celebraba en el Congreso la votación de la investidura de Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno. Se celebraba sabiendo que el batacazo iba a ser tan grande como cada vez que concursamos en Eurovision sea con el cantante que sea. O el mismísimo intento del PSOE con CIUDADANOS hace algunos meses. Así que por mucho que la prensa haya intentado destacar cada palabra de los diferentes líderes políticos, nada nos pilló de sorpresa. Ni la retranca gallega de Rajoy, ni la rebeldía de Pablo Iglesias, ni el buenrollismo de Rivera y por supuesto el NO de Pedro Sánchez.
Y si algo nos dejó claro la sesión de ayer en el Congreso, aparte de que en cuestión de apoyos a su candidato, la bancada del Partido Popular se lleva la palma – podrían dedicarse a ponerle las risas a alguna sitcom española o a ir de público a los programas de La 1 para animar el cotarro -, es que las Navidades se presentan este año de nuevo – no olvidemos que ya el año pasado se votó el 20 de diciembre – con aires electorales y que todo por cierto no es si no el producto de una estrategia más para su propio beneficio. ¿Sabían que no es estrictamente necesario que las elecciones se celebren el 25 de diciembre? ¿Sabían que solo bastaría con que por mayoría absoluta votasen en contra?
A la putada que supone que te toque el día de Navidad en una mesa electoral y tener que aguantar la noche más entrañable del año en televisión un «Especial Elecciones» en vez de ver una película de estreno o un «Especial de los Morancos», el hecho de volver a votar no es si no el producto de un gran fracaso. Porque a no ser que los resultados den un vuelco espectacular – aparte de la subida que puede experimentar el PP – la situación va a ser prácticamente la misma. Y entonces ¿qué ocurrirá?
Ayer los españoles no necesitábamos los chascarrillos de Mariano, ni las acusaciones de Iglesias a Rivera ni escuchar el discurso más que evidente que iba a dar Pedro Sánchez. Los españoles ayer, que sabíamos del fracaso de la investidura, lo que necesitábamos era una solución. Y a poder ser coherente. De nada nos sirvió volver a escuchar lo de la herencia recibida de ZP, lo de la mala gestión de Rajoy ni siquiera lo del chicle de Macgyver en el que se ha convertido Albert Rivera según el líder de Podemos. Queríamos simplemente una solución. ¡Qué inocentes…!
Queríamos que se decidieran a pactar con los que ellos crean que deben hacerlo, que se decidieran quienes lo crean conveniente a renunciar a su puesto por el bien de su país, que se decidieran incluso a hablar sin que sirva de precedente con la verdad por delante. En definitiva, que se decidieran a mirar aunque fuese por una sola vez por el país del que llevan viviendo toda su puñetera vida y al que sin embargo están dispuestos a amargarle la existencia.
@ManoloDevesa