Los políticos, esa extraña especie. Esos que dicen sí cuando en realidad quieren decir no. O viceversa. La clase política española, la que conocemos y padecemos cada día, se ha especializado en decirse y desdecirse en tiempo récord.
Que Mariano Rajoy criticaba duramente la pasada sesión de investidura de Pedro Sánchez porque solo cabía su discurso y porque empezaba a las cuatro de la tarde, ahora es el Partido Popular quien decide la misma estructura, eso sí esta vez sin la más mínima crítica. Que el mismísimo Secretario General del PSOE decía en referencia al partido de Albert Rivera que eran «Las NNGG del PP», meses después intentaba formar gobierno con ellos en un idilio político que ríete tú de Romeo y Julieta. Por no hablar de Pablo Iglesias quien se llenó la boca diciendo que jamás entraría a formar parte de un gobierno presidido por otro partido, y le faltó tiempo para pedir su puesto en la vicepresidencia cuando surgió su pacto con el PSOE.
Y es eso justo lo que le debe estar ocurriendo a Albert Rivera, quien afirmó por activa y por pasiva que jamás apoyaría al PP porque entre otras cosas no querían a Mariano Rajoy como candidato. Y no es que se hayan abstenido es que directamente le han dado su apoyo a cambio de seis condiciones que por cierto han pasado más desapercibida que el último disco de Enrique Anaut. Pero eso sí, la relacionada con la corrupción ya empieza a tener matices. ¿Curioso no?
Donde dije digo, digo Diego. Para que me entiendan, cuando Albert Rivera se ponía las manos en la cabeza con la corrupción que asolaba el partido que hoy aspira a gobernar España y cuando llegó a acusar a Rajoy en el debate de que su nombre figuraba en los papeles de Bárcenas, en realidad quería decir – suponemos – que según las circunstancias que lo rodearan, estaría dispuesto a cambiar incluso el concepto de corrupción. Como los populares cuando cansados de escuchar la palabra «imputado», la aborrecieron y la hicieron cambiar por «investigados». Nadie la utiliza, por cierto. Por eso, la prevaricación que tanto llegó a indignar al señor Rivera en 2013 con un caso en Izquierda Unida en el cuál Cayo Lara mostraba su apoyo al imputado, ahora sencillamente no lo considera corrupción. En su nuevo significado, la corrupción se limita a «enriquecimiento ilícito y financiación ilegal del partido«. Suponemos porque si se ciñen a todos los actos delictivos que están dentro de lo que siempre se ha considerado como «corrupción», la limpia de personal iba a ser más intensa que las que hace Juan Carlos Aragón en sus grupos de vez en cuando.
Y así están las cosas: un intento de Gobierno entre uno de los partidos más vapuleados por la corrupción en los últimos tiempos con otro a los que solo les ha bastado un apretón de manos para comenzar a cambiar su opinión sobre la principal causa de la crisis política de nuestro país: la corrupción. Ver para creer.
@ManoloDevesa