Los héroes de la explosión

La calor pega los últimos coletazos de un día largo. Aburrido quizás. Es 18 de Agosto de 1947. Ni Felisa ni Dolores ni Ana María ni Juan tienen pensamiento más allá si acaso de pasear un ratito para que la brisa del mar les dé en la carita y así aliviar los sofocos de la llamada canícula antes de irse a dormir. En sus cabezas aun resuena la voz de Machín, presente en «La Fiesta de la Prensa» la noche anterior. Son los mismos pensamientos de Loli, Mercedes, Antonia o Encarni. En cambio ni Isabel ni Carmen ni Fernando ni Francisco deciden salir esa noche a la calle. Ya habrá días para hacerlo estando en pleno verano.

Cuando en la radio dan las señales horarias que marcan las 21.45 h, y el sonido de los platos y vasos sirve de habitual banda sonora de la hora de la cena, las minas depositadas en el almacén número 1 de La Base de Defensas Submarinas de Cádiz estallan provocando una explosión de horribles consecuencias. A María la pilla trabajando como a Ramón o a Juana, como a José o Sebastián. Ellos, José Hilario, Charito, Dolores, Manuela o José ven arrebatada su niñez de un plumazo.

A los que se quedan, a los que pasan por la ardua tarea de reconocer los cuerpos de Francisca, Trinidad, América o Rogelio no se les da ninguna explicación, nadie les pide disculpas por la terrible negligencia que el Gobierno de Franco y la Marina española cometen en la tacita de plata. Pero si que le devuelven su Carnaval al año siguiente, ahora reconvertido en Fiestas Típicas. Pan y circo, como siempre. La estrategia perfecta para acallar las voces de los que siguen pidiendo el perdón de los responsables y las explicaciones de lo que realmente pasó.

Sesenta y nueve años después de la terrible explosión que sacudía a la ciudad de Cádiz una noche como la de hoy, no ha habido un año en que en un día tan señalado, la Marina española haya colgado un crespón de color negro en señal de luto por una catástrofe en la que ellos tuvieron su parte de responsabilidad. Ni ellos ni muchísimo menos el Gobierno de la época que se negó a reconocer su culpabilidad consiguiendo así eludir el pago de las numerosas indemnizaciones a las que debería haber hecho frente. Ni el lugar era el adecuado ni las minas estaban en las condiciones óptimas para ser guardadas allí. Y pasó lo que tuvo que pasar. Ni los informes en donde se advertía del peligro ni los que informaban del deplorable estado en que se encontraban consiguieron nada. Las 2.228 minas submarinas y cargas de profundidad traídas con el objetivo de hacer frente a las posibles represalias por la posición de Franco en relación a la II Guerra Mundial, terminaron quedándose aquí, en la Base de Defensas Submarinas de Cádiz para explotar 491 de ellas la noche de aquel 18 de Agosto. El cielo se puso rojo, producto del peligroso algodón pólvora, retirado durante la Segunda Guerra Mundial, que contenía el dichoso polvorín de la Armada y que había estallado a pocos metros de los mismos Astilleros de Echevarrieta.

En una tragedia donde las historias se cuentan a millares y que sirvió también de escenario para héroes y colgamientos de medallas, si hay un héroe con el que creo que todo el mundo puede estar de acuerdo, es el pueblo de Cádiz, capaz de sobreponerse de nuevo a una catástrofe como ya lo hizo con el maremoto de 1755 y tirar para adelante por sí mismo, echándose a las espaldas el dolor por los familiares perdidos. Por eso este día es de ellos: de Matilde o Guillermo, de Remedios o Caridad. Y así hasta llegar a las 150 victimas mortales que aquella calurosa noche de Agosto miraron al cielo sin saber que en él estaba escrito su final.

@ManoloDevesa

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