El día que mataron al último reo en la Cárcel Vieja del Campo del Sur

Cada vez que paseo por delante de la Cárcel Vieja siempre me asalta el mismo pensamiento: ¡la de historias que habrán visto sus cuatro paredes! E investigando y leyendo, puedo contarles lo que ocurrió aquel 12 de noviembre de 1909, el día en que el garrote vil de Cádiz cumplía su última ejecución…

En tren y del mismo Madrid llegaba el encargado de darle muerte al último reo de Cádiz. Los verdugos no gozaban precisamente del beneplácito de buena parte de la sociedad y lo único que deseaba el pueblo es verlo marchar cuanto antes. Pese a eso, infinidad de curiosos se amontonaban en torno a la estación de Segunda Aguada para verlo llegar. Envuelto en trapos, dicen que el verdugo traía consigo el corbatín de hierro para aplicar el garrote vil. Frío como un témpano de hielo, cuentan que al entrar en la cárcel aclaró que no era el verdugo, sino «el ejecutor de la Justicia».

Juan Pedro Silverio Sepúlveda tenía solo 28 años y su destino ya estaba escrito: moriría en el garrote vil en la ciudad de Cádiz. Su pecado, matar a dos personas, un viejete en Tánger, al que asesinó despiadadamente para robarle lo poco que tenía y un labrador en Cuenca, cuyo asesinato no estaba del todo claro…

«Pero si Silverio no es de aquí, ¿por qué tiene que sufrir mi ciudad este mal trago?» Ante esta pregunta, el alcalde de la ciudad, Cayetano del Toro, entregó a Alfonso XIII una petición de indulto de todo Cádiz, acompañada de las firmas del Papa y el rey de Portugal. Pero Alfonso no hizo ni puñetero caso. A fin de cuentas, ¿quién era Silverio sino un asesino más?

Con la pasión que siempre se vive en Cádiz cualquier tipo de acontecimiento, los gaditanos esperan ansiosos noticias de Madrid por los alrededores de la cárcel que se llena de un público curioso y angustiado. La Guardia Civil custodia la Cárcel y el entrar y salir de los hermanos de la Caridad es constante. Mientras, en su interior, Sepúlveda está acompañado del director de la cárcel, de varios sacerdotes y de los hermanos de la Caridad. Escribe a su madre y pide que se le entregue el crucifijo que le ha regalado el obispo.

Detrás de Silverio se escondía una dramática historia protagonizada por su maltratador padre que llevó al hijo a la vida que luego tuvo. Tras cerca de dos años amarrado con una cadena a la pared, Sepúlveda iba a ser libre aunque fuese solo para encaminarse a la silla de la muerte. A pesar de los intentos de Cádiz, los tres magistrados se disponen a leer la orden de ejecución. La hipocresía hecha ley le hace cenar una sopa y filete de pescado empanado tras 22 meses a base de arroz y garbanzos. La hora de su muerte se acerca y el obispo Rancés habla con él. Conocedor de los intentos de la ciudad para promover su indulto, Silverio confiesa que siempre recordará Cádiz por lo bien que lo han tratado.

sillaCuando Silverio llega al patio de la cárcel, lo hace esposado y con el crucifijo del obispo en la mano. El desgarrador sonido del atornillamiento del garrote sacude los corazones de algunos de los presentes. Y cuando se encuentra en medio de su rezo y arrepentimiento, el verdugo le tapa los ojos con un paño negro. El reo hace público su arrepentimiento en torno al asesinato del viejo de Tanger pero insiste en su inocencia con lo del crimen de Cuenca. El verdugo suspira hondo, ciñe bien el aparato al cuello de Silverio y sin más, lleva a cabo la ejecución. Silverio Sepulveda se convierte así en el último reo ejecutado en la Cárcel de Cadiz.
Con la bandera negra ya izada en señal de un hipócrita luto, el verdugo ya tiene puesto su pensamiento en el siguiente destino de su despiadada profesión.
@ManoloDevesa

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