El Relato: Cristalina Tortura (II)

Ahora que todo lo sabía, maldijo su curiosidad pero bendijo el final que le esperaba, como buenamente le dijo aquel espectro o lo que fuera… el destino lo esperaba.
Le robó las llaves del Opel a su hediondo agente y con la mente llena de miles e infructuosas frases con las que pedir perdón a su mujer, pisó el acelerador sobre la noche. No tenía perdón y la verdad ni lo esperaba ni lo quería, solo le importaba que su amada no cometiera una locura.
Las lágrimas hervían en su interior y marcaban sus mejillas simulando el cortejo de un río y su caudal. Esquivaba coches sin pensar ni mirar la velocidad a la que iba y saltándose todos los semáforos que salían a su paso.
Una carretera como la SV-4631 que enlazaba con la CA-300 ponía a prueba su pericia con el
millar de curvas y la estrechez de su camino. En uno de esos adelantamientos por el carril contrario y a pesar de la ventaja que tenía en aquella maniobra con respecto al camión de basuras que venía de frente, el destino empezó a jugar sus cartas.
De la nada, una acompañante se apareció en el asiento del copiloto. La sexy y “fulgurosa”
pelirroja aparecía de nuevo en escena y tras enjugarse los ojos por las lágrimas y bajar el brazo, el vuelco de su alma no tenía comparación humana. La chica le tocó la entrepierna con cara inocente y eso fue suficiente para despistar sus sentidos y ver como el camión se abalanzaba sobre él.
Sin pensar giró el volante hacia la izquierda y el coche dio dos vueltas de campana, arrastrándose por el verde del campo y prendiendo el interior después del golpe contra un árbol. Cómicamente su cuerpo salió disparado al exterior, llevándose consigo media cara envuelta en llamas y llegando a parar en el arcén de color botella y que a unos 300 metros quedaba frente al Hospital de Santa Cruz.
Nunca más supo de su mujer, pues fue trasladado por los vecinos de Soto de la Marina a urgencias de inmediato; pero algo le decía que el final de su esposa no fue como el suyo propio.
Desde joven Marisa le confesó a pesar de su belleza, los pecados de su timidez y su tendencia al suicidio en varias ocasiones de su juventud. Algo afianzaba la creencia de que su destino y el de su hijo lo enmarcó en aquella playa recóndita donde tantas veces hicieron el amor desnudos y donde ella repitió una y mil veces que ese sería un lugar ideal donde perecer por amor.
Pasadas 72 horas se dio por desaparecida y la búsqueda por la zona fue incansable hasta pasado un mes. Se esfumó, y a pesar del trabajo meritorio del equipo de buzos de la guardia civil, la policía nacional y bomberos, no se halló rastro alguno de su mujer sobre la pequeña Playa de Covachos, sus escasos 50 metros de longitud eran poco imprevisibles e incluso se peinó con mesura las cuevas de roca caliza que daban nombre al lugar. Como último recurso y tras su insistencia a la autoridad se tomó a la desesperada el buscarla hipotéticamente alrededor de la Isla de Castro, un pequeño peñón de menos de una hectárea y que se unía con la playa en la bajamar por un tómbolo y que en aquellas noches del mes de agosto dejaban al descubierto ese camino de arena dorada mojada por el agua cristalina de su compañera cantábrica.
Desde joven oyó muchas leyendas del lugar y siempre se dijo que en la antigüedad una joven bagó por aquellos acantilados por entonces sin acceso al público. Una joven que fue la única superviviente de un galeón ingles que allá por el año 1641 encalló tras buscar refugio en la ensenada próxima en una noche de temporal infernal, se hundió por la zona oeste de la isla y miembros arqueológicos marinos corroboraron la existencia de dicho navío con el hallazgo en 1983 de cañones,proyectiles y anclas de aquel siglo.
Dicha joven anduvo deambulando desnuda por los parajes en aquellas épocas salvajes y nadie se atrevió a acceder al lugar y cuidar de ella, hasta que llegado el duro invierno fue hallada por los aldeanos en una de las orillas colindantes, ahogada y con la piel morada y unos ojos tan hinchados como el vientre que después de meses, les mostró su embarazo oculto.
Ahora, cuando contaba los segundos como si fuesen horas en aquel oscuro silencio, no pudo entender como las señales que marcaron su destino, no fueron vistas por sus ojos. Se obsesionó de tal manera con la historia que aquella joven y su desgracia, que ellos fueron el tema de aquel primer y último éxito que nunca llegó a nada en la noche que sus pecados borraron a su familia del mapa.

Mamá no hace falta que vengas, estoy bien. Se cuidarme solo.
– Hijo mío no es normal esa enfermiza obsesión que tienes con la soledad. Al fin y al cabo ella se fue.

Una rutinaria conversación que se repetía cada semana que su madre la llamaba preocupada. La soledad para él fue como el castigo definitivo que se infringió por una penitencia que aún no estaba ejecutada, porque no hay mayor incertidumbre que no saber si tu mujer y tu hijo están vivos.
En tan solo unas pocas semanas su vida dio un giro de 360° y de pasar a un futuro lleno de amor y riquezas, todo se convirtió en un martirio continuo y una ruina profesional de la que no supo salir a través de las letras de sus canciones y que mataba con ingestas de alcohol que provocaban a un más el desdibujo de su rostro cuando se miraba en los espejos de la casa.
Esa noche, arremetió contra todos ellos y cubierto por el estruendo de una tormenta de verano, disimuló el escándalo formado por los miles de trozos de cristal que recorrían la casa y rajaban sus pies descalzos sin inmutarse por la borrachera. Cuando solo quedaba uno por romper, curiosamente aquel que había en la habitación de invitados donde yació con aquel ser indescriptible, éste se apareció reflejado en él detrás suya, pero esta vez con el cuerpo más hinchado de lo normal y con aquel color violeta que marcaba toda su blanquecina piel, su sonrisa seguía siendo diabólica y tras mover su cabello mojado mientras repetía la misma frase que gritó en el balcón hace meses, su cara fue desfigurándose poco a poco como una vela que se consume y fue dando paso a una
transformación familiar, ojos almendrados a juego con una nariz respingona y unos labios
apiñonados que imantaron cada nervio de su cuerpo y lo petrificaron, pues aquel cuerpo empezó a tomar la forma de su desaparecida esposa.
Cuando la transformación fue un hecho y sus músculos seguían tan rígidos como las raíces de un árbol, la imagen que él en un principio relacionó con su melopea, dejó de sonreír y tras dejar caer un lágrima por su tez, extendió sus brazos con fiereza y con la cara desencajada y llena de furia contenida se abalanzó contra su ebrio marido gritando sonoramente: ¡¡Sigo aquí, ven a mí!!
Sergio descontrolado no supo que dirección tomar y torpemente arremetió contra el espejo
ovalado y lo rompió con su cuerpo como si fuera una simple hoja de papel, hoja que le cortó varias partes de su cuerpo entre ellas su vientre. Se giró como pudo entre tanto dolor y la última imagen de aquella visión fue escalofriante, ésta se hizo con uno de los cristales rotos y delante de él se rajó el vientre, mientras sus gritos desaforados martilleaban sus tímpanos y lo que se asemejaba a una placenta sanguinolenta caía a plomo sobre sus pies.

Oscar Lamela (@gadimet)

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